UN REY CON CORONA DE ESPINAS

Por Francys Frica

La Semana Santa es una de las fechas más significativas del calendario, especialmente en el mundo cristiano. Más allá de un simple feriado, representa una profunda vivencia espiritual y simbólica que conmemora los últimos días de Jesucristo en la tierra: su sufrimiento, muerte y resurrección. Estos acontecimientos no solo marcaron el inicio de una nueva era para el cristianismo, también lo ha sido para la humanidad.


Durante estos días, las personas asumen posturas diversas: algunos se entregan a la oración, al recogimiento y a la conexión íntima con lo divino, buscando agradecer a Dios, redención o paz. Otros ven la semana como un receso necesario, una pausa que les permite reflexionar sobre su vida, su rumbo y su propósito. También están quienes la aprovechan para descansar, viajar o simplemente disfrutar del tiempo libre. Pero más allá de cómo se viva, lo cierto es que la Semana Santa despierta algo en nuestro interior.

Hace un llamado a detenernos, a mirar hacia dentro, y a repensar nuestras prioridades. Porque, en realidad, esta semana es mucho más que una simple semana del año en nuestro calendario, es un momento que invita a reconectar con lo esencial, con lo sagrado, y con nosotros mismos. Seamos o no creyentes, esta fecha nos toca en algún punto, nos empuja, aunque sea de forma sutil a mirar la vida desde otra perspectiva.


Históricamente, la Semana Santa tiene sus raíces en los primeros siglos del cristianismo, particularmente entre los siglos II y III después de Cristo. No obstante, fue a partir del siglo IV, tras el Edicto de Milán impulsado por el Imperio Romano, cuando adquirió una dimensión más estructurada y oficial. Aunque muchos la asocian exclusivamente con la Iglesia Católica debido a sus aportes litúrgicos es importante recordar que no nació de una sola denominación. Fue el resultado de un proceso espiritual y comunitario que se fue desarrollando de manera orgánica en las primeras comunidades cristianas que buscaban recordar y honrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo.


Quiero que sepas que el tema central de este mensaje no es la Semana Santa en sí, sino el título que encabeza estas líneas: “Un Rey con Corona De Espinas”, lo que nos trajo hasta aquí. Ese título no nació de una planificación previa, sino que surgió espontáneamente mientras observaba un fotograma de un trailer de la película “La Pasión de Cristo”, la cuál quizás ya has visto. Fue en ese momento, al ver la imagen de Jesús, ensangrentado y coronado con espinas, que algo se movió dentro de mí. Me hice preguntas que, aunque parezcan simples, tienen un peso profundo ¿Por qué a Jesús? ¿Qué tan importante fue para el mundo? ¿Por qué una corona de espinas para un Rey? ¿Por qué tanto sufrimiento?

De igual modo, antes de sentarme a escribir, leí una frase publicada en una cuenta de redes sociales cristianas que sigo desde hace varios años, llamada Cristo Viene Noticias y que aún resuena en mi mente: “El hecho más grandioso de la historia de la humanidad no es que el hombre haya pisado la luna, sino que el Hijo de Dios haya pisado la Tierra.” Esa afirmación me confrontó bastante. A primera vista, puede parecer inverosímil, incluso contradictoria ¿Cómo es posible que una divinidad haya descendido al mundo? ¿Qué teoría científica, qué cálculo humano podría explicar, probar o refutar algo así? La respuesta más esencial que encontré capaz de sobreponerse ante cualquier teoría está en Hebreos 11:1: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Fe por encima del miedo, Fe por encima de lo ilógico, Fe ante lo inexplicable, Fe sobre la duda, Fe es la respuesta a todo.


Claro, nosotros por naturaleza tendemos a cuestionar las cosas, sobre todo si estas cosas provienen de Dios. Cuestiones que poco a poco van cargando nuestra mente y nuestro ser convirtiéndose en una mochila que pesa abundantemente y en gran manera. Pero, al final, creer o no creer que Jesús fue producto de un milagro es una decisión personal. A pesar de, lo que creas o no creas, lo que no se puede negar es que nuestra historia se divide en dos grandes capítulos, antes de Él y después de Él. Jesús es la frontera del tiempo, la línea que marca un cambio irreversible en la humanidad.


Tal vez hoy no creas, tal vez aún cuestionas o te resistes a creer. Pero estoy seguro de algo en el día más oscuro de tu vida, cuando todo parece derrumbarse, de tus labios sale un grito ¡Dios mío, ayúdame!… Y no es casualidad, es que, en el fondo, todos llevamos una chispa de fe dormida, esperando ser encendida. Si eres capaz de creer en cosas extraordinarias que el ser humano creado por Dios ha logrado ¿Por qué no creer que el hijo vino, caminó entre nosotros e hizo cosas aún mayores? Sobre todo, ¿por qué no creer que su muerte nos dio vida? El hijo del padre que fue coronado con corona de espinas.


Según las circunstancias de la época, es importante resaltar qué, en términos geopolíticos, en los tiempos de Jesús, el pueblo judío atravesaba una etapa de opresión y desesperanza. Carecían de un liderazgo fuerte que les devolviera el ánimo y les guiara hacia la liberación de la esclavitud a la que estaban sometidos. Para el momento en que Jesús apareció en escena, el pueblo se encontraba bajo la ocupación del Imperio Romano. Aunque Roma permitía cierto grado de autonomía religiosa, cualquier indicio de amenaza contra el orden imperial o la figura del emperador era reprimido con dureza.


Los judíos vivían con la esperanza de la llegada de un Mesías, un líder con fuerza militar y política, un héroe capaz de liberar al pueblo y derribar a sus opresores. Esperaban a un libertador valiente, irreverente y poderoso, alguien que restaurara la gloria de Israel. Pero cuando Jesús comenzó a predicar un reino que no era de este mundo, sus palabras rompieron de inmediato abruptamente con las expectativas nacionalistas de muchos. Él no venía con espadas ni ejércitos, venía con palabras, con compasión, predicaba sobre el amor y con una revolución que nacía desde dentro.


Allí, precisamente, comenzó a nacer una fe que desafiaba el miedo, una esperanza que no dependía del poder militar, sino del poder espiritual. El mensaje de Jesús proponía un cambio radical, un nuevo comienzo que partía desde el corazón, que trascendía el pensamiento materialista, idólatra y egocéntrico. Su predicación planteaba una transformación interna y profunda que perturbó tanto al séquito imperial como a los líderes políticos, religiosos y sociales de la época. Incluso incomodó el ego de sacerdotes que, más que “servidores de Dios”, se habían convertido en guardianes de su propia gloria.


Jesús no vino al mundo para impactar como figura política, pero su influencia fue tan poderosa que sacudió las estructuras del poder. A diferencia de otros predicadores que le precedieron, su mensaje no solo perduró, marcó un antes y un después. Su radical propuesta de igualdad, justicia y redención cuestionó el statu quo tanto religioso como político. Lo que él traía no era simplemente una enseñanza moral, era un llamado a vivir un reino real pero invisible a los ojos humanos, un reino de Dios que se construye en comunidad. Predicaba la justicia no como castigo, sino como equidad, la misericordia como un estilo de vida, y la fe como la fuente de toda esperanza.


Este reino no se imponía con fuerza, se sembraba con ternura. En sus enseñanzas, especialmente en los evangelios de Mateo y Juan, Jesús reafirmaba los mandamientos dados a Moisés como base de una vida en armonía con Dios y con los demás. Llama a amar a Dios con todo el corazón, y al prójimo incluso al enemigo con un amor radical e incondicional. Este tipo de mensajes provocó un mar de persecuciones ya que el status quo no estaba de acuerdo con sus planteamientos, con su figura y como aumentaban sus seguidores.

Cabe destacar qué, la muerte de Jesús fue el resultado de una combinación de factores religiosos, políticos y sociales. No se debió a una sola causa, sino a un conjunto de tensiones que su mensaje y su figura generaron en su tiempo. Pues temían que Jesús quien se proclamaba hijo del Rey se convirtiera en una amenaza. El gobernador romano Poncio Pilato no encontró culpa en Jesús, pero cedió a la presión del pueblo manipulado por las autoridades religiosas y ordenó su crucifixión para evitar disturbios. Por eso muchas veces podrás leer o ver que su propio pueblo “entregó a Jesús” De hecho, lo entregaron como cordero al matadero, y no lo digo yo, lo dice la Biblia.

Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: ¡A Barrabás! Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!… Mateo 27:20-23 (RVR1960)


¿Pero por qué una corona de espinas? Los emperadores utilizaban coronas como símbolo de poder, autoridad divina y supremacía. Era una forma visual de mostrar que gobernaban con un estatus superior, casi sagrado. En Roma utilizaban laurel y en otros imperios eran de oro. En cambio a Jesús le coronaron con espinas, corona que le fue colocada sobre la cabeza como un acto de burla, humillación y tortura. Los soldados romanos lo hicieron para ridiculizar la idea de que él era rey de los Judíos, una expresión que muchos usaban para referirse a él de manera irónica o provocadora, una burla en parodia a la corona real para mofarse del reino espiritual. Una forma cruel de ridiculizar su realeza y al mismo tiempo infligir dolor.


Ahora te invito a que busques el cartel promocional de la película La Pasión De Cristo y lo analices. Te comento que como publicista, especialista en comunicación y amante de la semiótica pude notar como el autor de manera retorica retrató un fragmento visual de como sería la interpretación del rostro de Jesús con la corona de espinas con el fin de transmitir el mensaje a la audiencia. En este arte podrás ver el rostro de quien se supone personifica a Jesús contiene una corona de espinas desde la cual se derrama un río de sangre que recorre todo su rostro y parte del cuerpo, mientras podemos ver su rostro con ojos cerrados induciendo un nivel de sufrimiento, desgaste, dolor e inexplicable impotencia. Allí vemos un Jesús humanizado, pero habrás de recordar que no fue cualquier ser humano. Todo esto acompañado del color rojo que abunda en combinación con el claroscuro que encarna un misterioso plano que de cuando en vez se entre mezcla con halos de luces amarillas que para muchos sería felicidad, pero en este contexto de acuerdo a la psicología del color representa vulnerabilidad combinado con un dorado celestial que podría representar los ojos del padre y su realeza espiritual.

Claro, es la representación y/o interpretación de un equipo artístico y comercial para llevarlo a una audiencia. Por tal razón si lees la Biblia y cierras los ojos en el justo momento de transición desde su apresamiento hasta su resurrección podrás imaginar, sentir y experimentar su proceso desde una perspectiva más profunda. Quizás al hacerlo imaginarás que lo que ves en la imágen o has visto en filmes se queda corto para el sufrimiento que en realidad paso.


Esta imagen de Cristo con una corona de espinas se ha convertido en un símbolo poderoso del sufrimiento, la humildad, el sacrificio y la redención. Es muy representativa en el arte religioso y en la espiritualidad cristiana. Aunque no se puede asegurar con certeza qué planta exacta se usó, lo que sí está claro es que fue una corona diseñada para causar dolor real, no solo simbólico. Las espinas probablemente penetraron el cuero cabelludo de Jesús, causando sangrado y aumentando el sufrimiento físico y emocional.

En cuanto a la tipografía dorada que acompaña el cartel también habla por sí sola. Su color emana solemnidad, majestuosidad y trascendencia, como si cada palabra estuviese marcada por el peso eterno de una verdad que no puede ser ignorada. Todos los elementos: iconográficos, tipográficos y retóricos, se combinan como una sinfonía visual para transmitir un mensaje profundo, que atraviesa los sentidos y se instala en lo íntimo del alma. Haciendo una simbiosis de lo que pudo haber sido en aquellos tiempos.


¿Por qué una corona de espinas? El Evangelio según Mateo nos da una respuesta directa y estremecedora en el capítulo 27, versículo 29: “Y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha: e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían diciendo: ¡Salve, Rey de los Judíos!” Esta escena, cruel y humillante, revela cómo la corona fue utilizada no como símbolo de gloria, sino como instrumento de burla y tortura. Fue tejida no con la intención de exaltar, sino de desgarrar. Sin embargo, esa corona irónica se transformó en un emblema de redención, humildad y sacrificio. En el arte sacro y en la espiritualidad cristiana, la imagen del Cristo coronado de espinas representa la paradoja del amor, un rey que no vino a dominar, sino a entregar su vida, por voluntad del padre.


Pero la historia no termina en la cruz. Tres días después, Jesús resucitó. Su tumba vacía tiene un gran significado para la comunidad cristiana. Pues esa resurrección fue la declaración definitiva de que el poder imperial no tenía la última palabra o en pocas palabras; “lo humano no sobrepasa el poder de Dios”. Lo que parecía el fin fue, en realidad, el comienzo de una revolución espiritual. Ese fuego que ardió en los corazones de unos cuantos pescadores, mujeres valientes y seguidores marginados se propagó sin freno.

Para el cristianismo, la resurrección de Cristo es el fundamento de la fe. Significa que Jesús venció la muerte, recordemos que en la cruz despojó al enemigo de potestad y principado, le avergonzó, ya con la resurrección confirmó su divinidad y el cumplimiento de las escrituras. Igualmente dio paso a la esperanza de una vida eterna y el inicio de una nueva vida para una humanidad que estaba perdida, obviamente para quienes creen en Él y le buscan con sinceridad.

En menos de tres siglos, lo que inició como un movimiento perseguido y despreciado se convirtió en la fe oficial del Imperio Romano con el edicto de Constantino. Hoy, se estima que hay alrededor de 2.38 mil millones de cristianos en el mundo, es decir, cerca del 31.2 % de la población global. Y aunque actualmente hay una ola de persecución en países donde predicar el cristianismo es equivocación, siempre, a pesar de las tormentas, siempre, habrá motivos para enaltecer su nombre sobre todo nombre, y allí lo que pareciere equivocación se convierte en verdad.

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6). Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32)

No fue una corona de oro la que adornó la cabeza del rey más grande que ha pisado la tierra. No brillaban joyas ni relucía el esplendor terrenal en su frente, sino que pesaba una corona tejida de espinas. Jesús no vino a conquistar con espadas, sino con amor; no vino a reinar desde un trono. Su corona, lejos de representar poder humano, representa el mayor acto de humildad y sacrificio que la humanidad haya presenciado. Fue el rey que cambió la historia no por imponer su voluntad, sino por entregarse completamente. Ese rey con corona de espinas no terminó su historia en la cruz. Su victoria fue más grande que la muerte y su legado vive, ardiendo como fuego, en todos aquellos que eligen amar, creer y caminar con Él.

El día de hoy celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de Cristo sobre el pecado, donde la luz del hijo resplandeció ante las tinieblas y el amor de Dios se manifestó en gran manera sobre una humanidad rebelde, entregando a su hijo unigénito para que fuésemos salvos. Su tumba vacía, es la prueba fehaciente de que nuestro señor es grandioso y único, pues otras figuras que intentan compararse podrán mostrar evidencias fósiles en sus tumbas, pero el nuestro no, porque resucitó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Juan 11:25). Resucitó para darnos vida, resucitó para cambiar nuestro futuro. Por eso, ahora, en tu presente, en estos tiempos tan difíciles que atravesamos te invito a cambiar tu naturaleza, a aceptar una nueva identidad, a nacer de nuevo y acercarte a Cristo con una relación sincera.

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Francys Frica
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